En relación al tema que venimos tratando en los actos que hemos realizado desde el inicio de la actividad de la asociación, José Bada, nos envió hace un tiempo un articulo que aquí os dejamos.
CRISIS DE LAS
INSTITUCIONES
Las instituciones del Estado: parlamento,
gobierno, tribunales, ejército, escuelas nacionales y universidades públicas,
cárceles y sistema penitenciario en general, así como la monarquía -ente otras-
son públicas en sentido estricto. Mientras que la banca o la Iglesia son
privadas, pero no menos aparentes ni más
transparentes que las del Estado. Todas las instituciones pertenecen a este
mundo y éste es el conjunto de las instituciones establecidas. La costumbre es
también una institución que domina en su propio ámbito, lo mismo que la
ideología o el pensamiento establecido respectivamente en el suyo. El llamado
pensamiento único es una institución no menos poderosa que el orden mundial
establecido.
Cada
institución entra en oposición dialéctica con el movimiento o la madre que la
alumbró. La mejor intención y el mejor concepto entra en la historia cuando
nace, cuando toma cuerpo y se establece como institución. Es como el agua que
viene de la fuente y el cauce que la lleva. Preguntar qué es primero si el agua
que se abre paso o el cauce que la recoge es
como preguntar si es primero el huevo o la gallina. De todos modos no
hay río sin agua ni cauce que la recoja, ni tradición que no discurra y se
interprete constantemente en la historia. Así es la vida humana en cuerpo
presente, aquí y ahora, y el espíritu sin cuerpo solo un fantasma. No hay más
cera que la que arde, ni llama que no prenda en el cirio. Pero no es lo mismo el
poder establecido, el cirio, que la luz que trasciende y a todos ilumina sin
obligar a nadie. Y si el cauce es la institución, nada impide que una avenida
lo desborde y lo modifique. También es cierto,
por otra parte, que hay que mojarse en las instituciones para participar de la
experiencia que por ellas y en ellas ha entrado en la historia. A no ser que el
río baje seco.
Una institución vacía, sin el
espíritu que la fundó, es como un río sin agua y un inmueble deshabitado: presa
fácil de todos los demonios, que la "okupan" y no la cuidan, o de los
buitres que engordan con la carroña.
Entrar en ellas para matarlas es todavía peor. Cuando se trata de
instituciones públicas, que son del pueblo soberano, eso es la madre del
cordero y éste la corrupción: un golpe de Estado contra la democracia. Y cuando
son privadas una estafa, como los bancos que venden humo y las iglesias que
predican y no dan trigo.
La crisis "inmobiliaria"
de las instituciones ocupadas, sostenidas solo por el peso de la costumbre, el
engaño de los clientes, el poder de las ideologías, el pensamiento único, o el
abuso de la clase política, tiene su réplica en la crisis financiera y ésta a
su vez en la crisis moral de una sociedad a la intemperie, sin la cobertura del
Estado, reducida al estado secular -degradada- y desencantada de lo divino y humano,
desinflada de las utopías y desorientada bajo un cielo sin estrellas y privada
de un sol de justicia que salga para todos.
El mundo mundial es una burbuja que
ha pinchado y un sistema que hace agua. El proyecto occidental de construir el
bienestar de los supervivientes dejando en la cuneta a las víctimas del
progreso, nos ha llevado a un callejón sin salida: a una crisis de la que no
saldremos sin apearnos de ese tren y andar despacio porque tenemos prisa. Sin
parar ese tren y reparar en las víctimas, pues tenemos una deuda pendiente y
"para eso hemos sido esperados sobre la tierra" (W. Benjamin), para hacerles justicia.
Acordarse de lo que nunca debió pasar, esa cordura, consiste en hacer lo
posible para que Auschwitz no se repita. La racionalidad de "cada uno a lo
suyo y tonto el último", o "del muerto al hoyo y el vivo al
bollo", es volver a las andadas. Una estupidez y una indecencia.
La Iglesia es una de las instituciones más
antiguas y más grandes del mundo. Los papas pasan, la Iglesia sigue y lo que ya
no se sabe es qué pasa con la fe cristiana, que no es la fe de la Iglesia sino
la fe de los cristianos. Las instituciones no creen. Si hemos de creer a
Francisco, si creemos que el Papa cree, y nada hay de momento que demuestre lo
contrario, esa fe que se apea de la silla gestatoria puede llegar hasta los
marginados y las víctimas que quedaron en la cuneta. La crisis de las
instituciones fue el tema del III Foro de la AWD al que he asistido
recientemente. Pero el problema que sigue, por mucho que digamos, está delante
de todos nosotros. Y lo que importa es comenzar. No obstante, si algo comienza en
este mundo, aunque sea solo la fe de un hombre mortal, hay que celebrarlo.
Todos morimos, pero algunos se desviven por otros: estos son los que comienzan.
Y no es lo mismo comenzar como Mandela que acabar como un pobre hombre al que
mejor le hubiera sido no haber nacido.
José
Bada, 5.12.2013.
Muchas Gracias Pepe.
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